Si viniera la paz silenciando
el murmullo del miedo,
como acalla el pan
el llanto de un niño que tiene hambre;
si todo el resplandor que iluminara la noche,
si todas las ráfagas
fueran las diademas de los ángeles,
y la luna y las estrellas
como decorado permanente;
si todos nos empeñáramos
en respetar, para que nos respeten,
en tender la mano,
en vez de desenvainar viles intenciones;
si hubiéramos descubierto
que mi felicidad está en manos del otro,
y viceversa,
firmarían los estados
un Tratado de Paz Universal,
y conoceríamos el significado
de lo trascendente.
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