Hasta descubrirte,
siempre había dudado
de tu existencia;
eran muchas las cosas que desconocía.
De tantas como figuran
en las enciclopedias;
a ti, ni siquiera te nombraban
cuando ya eras una realidad
deslumbrante,
como el amanecer en el mar,
tan llamativa
como la amapola en medio del trigo
o como esa granada
que se abre
para mostrar el arrebol de su fruto
y despertar la apetencia.
Yo no buscaba,
es cierto,
pero de haber sabido de tu existencia…
Fuiste para mí
como ese roce fortuito
al pasar junto a la albahaca:
se derramó tu fragancia
y se despertaron mis sentidos,
y hasta las feromonas
que echaban la siesta.
Hoy puedo afirmar
que hay un antes
y un después:
un antes viviendo en la inopia,
y un después
que no me resigno a vivir sin ti.

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