A fin de cuentas, piedras,
piedras de pisar y tropezar,
de endurecer las calles,
de mantener el firme y formación
-cuasi militar-
tras el entalle y la cuadratura
a la que la han sometido los golpes
en sus tres dimensiones.
De día seguridad y firmeza,
de noche también, más sonoridad vigilante
que anuncia las visitas que se acercan.
En la misma tonalidad, cada uno de ellos,
con sus singularidades,
dentro de esa única gama que les uniforma.
Soportan la luz y también la oscuridad,
no se mutan con el aire ni con la lluvia;
no empapan, tampoco repelen,
simplemente no sintetizan y dejan correr.
Amorfos en la cantera
y en el solado uniformidad sin precisión milimétrica,
un casi tal cual
que les permite ser genuinos
dentro de la dispersión.
En las humildes calles de la ciudad,
restos de otros tiempos con referencia al pasado
que no nos dejan de piedra,
cuando los comparamos
con otras piedras con adjetivos y colores
que les hacen objetos de deseo.
La ambición del presente va por las tierras raras;
como siempre, las personas,
dispersas por lo exclusivo en lugar de lo útil.
Sigo tan inocente que sigo pensando como en los 60 que "debajo de los adoquines está la playa"
ResponderEliminarSaludos
En el caso de Sevilla, debajo de los adoquines está próximo el nivel freático, pero eso es porque así es nuestra geografía. Sigue pensando noblemente, como un chaval.
EliminarUn abrazo.
Y así se hace hablar a las piedras.
ResponderEliminarUn abrazo
Esa ha sido la intención, Merche, darle voz a las piedras.
EliminarUn abrazo.
Que gran verdad lleva este poema sobre la preferencia por lo exclusivo en vez de lo útil...yo me quedo con los adoquines que son piedras útiles. Saludos
ResponderEliminarNo te falta razón, Charo. Muchas gracias por leer lo que escribo.
EliminarUn abrazo.