Una tormenta apresada,
contenida entre vértices frágiles
como cuchillos que acarician.
Mar cristalizada en roca del dulzura,
donde duerme la paz
en el sosiego sólido de sus ancestros.
Te hago mía,
con el éxtasis de mi mirada te hago mía,
para que ilumines
la botadura de mis sueños
y la deriva del quebradero
por el que me desangro.
Agua insípida,
brillo de luz y torso de piedra,
de bella piedra que se asemeja al cielo.
En tus entrañas,
la apresada crisálida
de una sal ya insípida,
la transparencia opaca del pasado remoto,
cuando el azar y el silencio
fueron testigos de tu solidificación.
Canon de belleza,
mirada de bóveda celeste, despejada y radiante,
fulgor en el que me extasío.
Qué talla la de este divino tallar.
ResponderEliminar🌹
Gracias, Merche, por tu presencia y delicadeza.
EliminarUn abrazo.
Una piedra que me encanta y tu poema le ha hecho todos los honores.Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Charo.
EliminarUn abrazo.
Les has dado vida y brillo divino a esas piedras, que se han labrado con profundidad, paciencia y tiempo...Asi debería brillar el corazón del ser humano, Francisco...Precioso e inspirador poema, amigo poeta.
ResponderEliminarmI abrazo y feliz semana.
Esa vida de la que hablas, María Jesús, ha sido la intención al escribirlo, pero uno siempre se queda insatisfecho. Gracias infinitas por tu apoyo constante.
EliminarUn delicado abrazo.