22 septiembre 2024

LA CARACOLA

 




A mi nieto Alberto.


No es su nombre, pero él la bautizó como

La Playa de las Rocas”.

Todavía no se había encontrado a sí mismo

y ya se afanaba en buscarle la identidad

a cuantas criaturas marinas vislumbraba.

Él les adjudicaba nombres

y yo afirmaba para su contento

como si de un biólogo marino se tratase.

Entre las rocas, empezó a distinguir,

despistado por la difracción de la luz

y el natural del nácar,

la belleza de algunos cuerpos adheridos

que no escapaban ni eran escurridizos

como los pececillos que se les escabullían.

No entendía como seres tan pequeños

estaban tan fuertemente unidos a la roca

y cómo sus mano mínimas

eran incapaces de separar aquellas lapas

ligada a la piedra contra viento y marea.

La mar no dejaba de emitir su música

por entre las oquedades y él

de todo se iba maravillando.

Cada piedrecita era una joya,

un lustre, una luz cuyo reflejo cambiaba

al salir del agua,

pero seguía evocando el recuerdo de lo vivido.

De entre todo lo acumulado,

una caracola de un blanco interno impoluto,

tras liberarla del ermitaño negruzco

que la habitaba.

Con no poco esfuerzo, logré que sonara

y esa caracola fue el símbolo de su infancia

y la música de su fecunda imaginación infantil.



2 comentarios:

  1. Francisco, no hay duda de que le has transmitido a tu nieto tu sensibilidad y creatividad...La caracola sigue llenando el mar de su imaginación...
    Mi felicitación y mi abrazo entrañable para los dos.

    ResponderEliminar
  2. La ilusión de la niñez. Cada pieza que encuentra en la playa, es recogida como si se tratara de un valioso trofeo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar