Las horas del presente son fugaces,
en cambio el futuro es de una densidad
tan lenta y parsimonia, tan demorada,
tan impuntual… No así el pasado.
El pretérito es un visto y no visto
que se apelmaza de manera caótica
y en ese mismo e indisciplinado desorden
aparece y desaparece a capricho,
sin que intervenga la voluntad.
Las horas cabalgan a lomos
de premiosos y apocados jumentos,
mientras rumorean el tic tac del reloj;
siempre al paso, nunca al trote ni a galope,
sino con el balanceo de ese ir y venir
desde el ronzal hasta la cola
en un ondular incesante e impreciso.
En cambio, los instantes contigo,
esas horas remecidas y adormecidas
en proximidad a tu cuerpo,
o simplemente en tu presencia,
bajo la luz protectora de tu mirada,
son una eternidad que no se desdibuja
ni tampoco transita por la esfera sideral,
sino que forman parte indivisible
de ese tiempo perfecto y agramatical
del que solo sabemos tú y yo.
Nuestras miradas y nuestros silencios,
cómplices irredentos de las horas.

Nuestras amigas y enemigas que nos acompañan siempre.
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