Qué bella la hoja inmaculada,
la jovial juventud, cuando todavía
no es el deseo el ritmo de la marcha,
sino el encuentro jubiloso y novedoso
de cada amanecer y su ocaso.
La fiesta de cada encuentro,
la contemplación y la algarabía,
el bullicio, el ajetreo, el no parar,
para remecerlo años después,
cuando el ímpetu pida paz y reposo.
Ya vendrá el tiempo del silencio,
la reflexión serena y sosegada,
el momento de conjugar el pretérito
y contemplar el presente que se esfuma
como hielo que se nos licua en las manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario