Fotografía de Antonio Jesús Rueda Pérez
Tengo esa luz áurea memorizada
en mis infantiles meninges,
ese atardecer dorado de tantos días,
como lastimeros o quizás heridos,
antes de ser sombra tupida
y sellarse en noche plegada.
Desde este mismo punto,
pero también más al levante
o más próximo a esos montes
que serenos y pardos le acompañan
en su declive, cuando la mar se derrama.
Al frente el Atlas, un poco más escorado,
en medio de la mar, el Peñón
y su injusta verja divisoria, aunque franqueable.
En la penumbra de lo inmediato,
una caña enhiesta, un aparejo en tensión
y el tesón del paciente pescador
que invierte tolerante espera, tras cada lance,
y dormita el tiempo en la musicalidad salobre.
Tengo esta luz, y también sus variables,
en la memoria indeformable de mis recuerdos,
y acudo a ella de forma reiterativa
cada vez que la nostalgia se hace densa
y me saca sin el menor esfuerzo de mi presente.
Esa luz permanece en la memoria cuando la sensibilidad del poeta vive con intensidad ese instante, que es único e irrrepetible, no sólo por la belleza, también por la hondura sentimental que deja en el alma...
ResponderEliminarMi abrazo admirado, Francisco.
Se trata de un paisaje que entro en mí en la infancia, María Jesús, y que me conmueve cada vez que lo veo.
EliminarUn abrazo.