Desde la torre
en la que me imagino farero,
la ciudad templa sus sombras oscuras
en aterciopelada mirada
de confortable ensimismamiento.
En las alturas se visualiza
el ir y venir de urgencias removidas,
como agitación artificiosa
que no conduce al núcleo vivencial
y sí al extrarradio de uno mismo.
A veces el día
despierta su luz entre bostezos y dudas
que se transmiten a los ciudadanos;
la aurora parece eternizarse
y posiblemente también los remolones
que hacen estiramientos antes de ir al baño.
Es tiempo de indecisión y de demoras,
de lavar las heridas y plantar cara
como quien se reviste de aguerrida celada;
la luz de la mañana es un venablo
que cruza el cielo y atraviesa los sueños
de quienes se desangrarán a lo largo del día
o se vivifican curtidos en la zozobra.
Me gusta mucho este poema, con su permiso me lo llevo a Anoarra.
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