26 marzo 2011

LA LECHERA

No eran muchas las tareas, pero mi madre solía asignar a cada uno pequeñas encomiendas de las que responsabilizarnos. A mí me asignó la lechera. Después de la escuela y la merienda nos dejaba tiempo para jugar; entonces se jugaba y casi se vivía en la calle, sin juguetes…  Es curioso, ahora que lo pienso, no llevábamos nada a la calle para jugar; era el otro, eran los otros, era el grupo todo lo que necesitábamos para que las horas hasta el atardecer transcurrieran a toda velocidad. Las niñas solían formar un mundo aparte. Éramos como dos mundo: escuela de niños y escuela de niñas, juegos de niños y juegos de niñas; algunos de los juegos eran comunes, pero nos faltaba el hábito y ellas decían que éramos muy brutos.


Antes de que se encendiera el alumbrado público había que estar en casa, traer la leche y hacer los deberes antes de la cena. El cabrero tenía su propio horario, así que al volver de los juegos callejeros llevaba la lechera y volvía instantes antes de la cena a recogerla. Éramos veceros, por lo que, salvo accidente, la ración estaba asegurada. Vivíamos en la calle de la Fuente, empinada y empedrada; nosotros casi junto a la plaza y la lechería en todo lo alto. Casi siempre bajaba la calle corriendo y la lechera en más de una ocasión rodaba por los suelos. Eran más frecuentes mis accidentes que los del cabrero, quién salía del aprisco de noche y regresaba bien cerrada la noche.

Mi madre siempre la colaba, para evitar algún pelo de cabra u otra inoportunidad, la hervía  y la dejaba reposar. Antes de servirla en las tazas, apartaba la nata amarillenta y gruesa y la reservaba en un plato pequeño que guardaba en la alacena. Por la mañana nos la untaba en una rebanada de pan, la espolvoreaba con un poco de azúcar y otra vez la cartera, la escuela y de nuevo el ciclo.   Ni que decir tiene que el día que mi loco correr daba con la lechera en el suelo, quedábamos privados de tan rico alimento; la suerte es que la lechera era de aluminio, cada vez con más bollos, pero siempre entera.

18 comentarios:

  1. ¡Qué delicia de recuerdos Francisco!
    Y menudo sabor tendría..., no como la leche de ahora que parece agua.
    Cálidos recuerdos de tu corazón entrañable.
    Ahora los niños tampoco pueden salir a la calle a jugar, da miedo.
    Bellísimo.
    Besos.

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  2. Cada palabra que escribes hoy podría relatar mi experiencia con la lechera. La de mi madre era exactamente igual y aún la conservo. Mi problema era la nata, nunca me gustó y me permitían tomar aceite en la tostada.

    Eran tiempos muy felices.

    Un beso

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  3. Precioso, que tiempos aquellos, te digo precioso, porque me has abierto al recuerdo, recuerdos muy buenos, yo y mis hermanos cuando salíamos a al calle lo hacíamos acompañados de mis padres o para ir a buscar la leche de vaca a una pequeña tienda que existía en la misma calle donde vivíamos.
    Existiendo lo que tu comentas, incluso mi madre hacía lo mismo a la hora de higienizar la leche.
    Gracias por este ratito tan adorable.
    Un abrazo.

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  4. En mi infancia era leche de vaca y la traía a la casa un lechero que recorría los clientes con su cántaro de aluminio grande y midiendo la leche con una medida de cuarto de litro, que había que vigilar porque algunas veces parte de ella era la espuma de haberla llenado desde alto. Otras, la leche estaba aguada y se notaba bien en la poca nata que tenía al hervirla. Entonces tocaba echarle la bronca al lechero o cambiar a otro.

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  5. bellisimos y nostalgicos recuerdos nos regalas, esta asturiana que tiene todavía en casa una lechera de su abuela la hiciste volver a sus recuerdos de infancia por ello te doy inmensas gracias y te mando un besin muy grande.

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  6. La verdad es que recuerdo aquellas lecheras..

    levemente, y la nata.. y la leche hervida y su olor..

    y fijaté!!!

    en mi pueblo aún hay gente con esas lecheras...que va por leche ...

    tenemos una vecina que tiene una vaca y da leche y vamos a comprarla los vecinos, creo que llega a dar 16 litros de leche diarios.

    y es genial..

    y el suero.. de la leche tambien.

    en fin..

    eran otros tiempos pero en Castilla aún quedan cosas así para el que las quiera descubrir..

    unbeso

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  7. Por mi calle, de la ciudad ¿qué te crees? pasaba un hombre con una vaca y nos despachaba la leche en las escudillas que comíamos con gofio espolvoreado por arriba. ¡Qué delicia! ¡Qué tiempos! Ángel, desde Gran Canaria.

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  8. Una pregunta de ésta semi-extranjera ¿qué es un vecero?
    Los recuerdos que explicas me hacen ver a mi abuela cuando me contaba sus historias en Argentina, me parecía increíble... Beso

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  9. Nosotros teníamos una pelota de trapo que yo creaba y remendaba con los calcetines ya usados. No teníamos juguetes para sacar a la calle.De los cuatro hermanos que éramos yo fuí el encargado de traer el agua en dos cubos ayudado por un marco de madera para mayor comodidad. ¡Qué tiempos!
    Saludos.

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  10. Los temas de otros tiempos veo que los aprecia todo el mundo; los recuerdos crean en nosotros un ambiente mágico. Respondiendo a Tere, el sentido que en este contexto tiene la palabra vecero es cliente de una tienda, parroquiano, en este caso de la lechería.

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  11. Bonita historia. Recuerdo mis años de niñez. Como tú dices, nosotros éramos el juego. No necesitábamos nada más. Para jugar al escondite o al rescate sólo se necesitaban niños y ganas de jugar.
    Un saludo.

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  12. Aún conserva mi madre una lechera como esa de aluminio. Recuerdo que el lechero iba todas las mañanas a vender la leche, la hervíamos y ya estaba lista para consumir. ¡La de veces que se "iba" la puñetera leche!

    Un placer recordar esos tiempor con tus magníficos textos.
    Un abrazo Francisco.

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  13. Que bonitos recuerdos los de tu niñez, Francisco. Ahora también recuerdo los juegos de niños en el pueblo (nací y crecí en Bollullos del Condado en Huelva) y jugábamos por la tarde a las canicas, al ladrón-civil, a piola, a la pina... y sólo necesitábamos unas canicas, tapones de corcho y un palo viejo de fregona. Al anochecer a casa. En mi calle había una vaquería y mi hermano y yo éramos los que íbamos por la leche, en una de esas lecheras de lata, pero era leche de vaca, que luego había que hervir. En fin, recuerdos...
    Sobre el post anterior de la pobreza, ahora recuerdo un verso de Sabina (probablemente tomado de ese poema que aparece en la entrada) en una canción que le dedicó a Cristina Onassis: "Era tan pobre que no tenía más que dinero". Y es así, si el espíritu no está lleno, lo material es volátil, tan fácil de perder como hacer una mala inversión.
    Gracias por estos maravillosos recuerdos. Saludos.

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  14. Mi madre cuenta historias similares pero corriendo por las montañas cántabras de su Santander natal.
    Mis recuerdos sobre el suministro de leche en mi niñez están asociados a latas de leche en polvo que era lo que acostumbrabamos tomar en muchos paises de América.
    No hay mejor manera de conocer la historia de un país que a través de las vivencias de sus gentes.

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  15. Igualito que lo que hacíamos en mi casa con la lechera a cuestas.
    Cuando tenía yo 13 años era una excusa perfecta para salir al anochecer; pero un día mi padre me vio repeinada y cardada y me dio el alto; hasta que no me quité el cardado no me dejó salir.
    Besos y gracias por recordar esos bonitos momentos.

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  16. Note extrañe, Tere-Incisos, que no supieras lo que es vecero, pues yo estoy casi al lado de Sevilla y tampoco lo sabía.

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  17. ¡¡Jolin!! lo de la nata me ha traído recuerdos, cuando la untaba en una rebanada de pan y le ponía azúcar ¡¡umm!! ¿donde está esa nata hoy? a los niños e incluso a los menos niños la ven y les produce asco, no saben ni comer.

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  18. Yo recuerdo también esos tiempos en los que íbamos con esas lecheras de aluminio a recoger la leche. En alguna ocasión la dueña de la vaquería, una santanderina de pro a la que ya se le había pegado la guasa de los tudelanos, nos decía: no vengáis tan pronto que no me da tiempo de echarle el agua.
    Había que tener cuidado al hervirla en aquellas "cocinillas económicas" para que no se "fuera", si esto sucedía el olor a socarrado impregnaba toda la casa.
    Gracias, Paco, por avivarnos estos recuerdos.

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