30 enero 2010

MADRUGADAS DE RADIO

Llantos y gritos desgajados, a lomos
de hercianas cabalgaduras que se desbocan
de soledad: llamadas incendiadas de socorro
en el confesionario laico o diván noctámbulo
a la espera de ungüento de comprensión,
desgañitados de abandono;
lágrimas ácidas de desamor, de desamparo,
de confinamientos y olvidos,
acicalados de distancias oblicuas
que orillan vecindades de naufragios.

La llaga de mi físico se ha enquistado de insomnio,
y en la silente opacidad de la vigilia, se mece
una cuna con sábanas de angustias
y embozos lastimeros que imploran compasión.
Yo busco la postura con la que reconciliarme,
al tiempo que enjugo lágrimas ajenas
que desembocan en impotencia:
mixturas de quebrantos,
de amores truncados en brazos tibios
como caricias falsamente soñadas
que nunca tuvieron rúbrica.

Se ha disipado el lagrimal de mi cuerpo lastimado;
ahora vivo en la patria de un dolor ajeno
y entono una jaculatoria aromada de conmiseración
-en acción de gracias-
por la liviandad de mi cruz gloriosa,
ante el superlativo de tanto sufrimiento.

4 comentarios:

  1. Tremendamente conmovedor, eriza la piel. Tiene demasiada fuerza que logra la empatía aun del más indiferente. Me encanto!
    Nuevo abrazo!

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    1. Me hace muy feliz tus comentarios, Sara, por ello te quedo muy agradecido.
      Un beso.

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  2. Este texto tuyo se me escapó, como se escapan las horas de la noche cuando el dolor -físico o psíquico- no te deja conciliar el sueño.
    Un abrazo, Paco.

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    1. Muchísimas gracias, Cayetano. El ejemplo que pones es magnífico y válido para un todo.

      Un abrazo.

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