En la plaza, aroma a café
que me bocea con su acento
amargo
de manera insistente;
desde una ventana
entreabierta
rumor de escalas y rasgueos
de guitarra
calentando dedos.
Un niño en bicicleta se
cruza de acera
y altera mi atención
en tanto acaba el riesgo.
Ahora la guitarra entona
con suma claridad por soleá
y en mi garganta, como un
quejido sofocado
recuerdo este cante:
“Toda la noche
despierto
con
tu nombre entre mis labios;
y de
nada me arrepiento.”