14 junio 2011

EL AUTOBÚS DE LAS 12

Miguel siempre salía del trabajo de manera precipitada. El autobús de las 12 era el último; también sabía de la existencia del nocturno, pero hacía un recorrido enorme que zigzagueaba media ciudad y llegaba tardísimo. El suyo pasaba por la parada unos siete minutos más tarde, así que hacía el relevo de forma precipitada y procuraba estar a y cinco esperando; luego, una vez dentro, se despreocupaba y se dedicaba a leer algún artículo o reportaje que había dejado aplazado en el viaje de ida. El turno de tarde le resultaba pesado, ya que se perdía convivir con sus hijos y por la mañana tampoco podía dormir lo suficiente ya que los críos hacían mucho ruido y su madre tenía que pelear con ellos para que se tomaran el desayuno antes de ir a la escuela.


Arrastraba sueño que no recuperaba hasta la mañana del sábado, si acaso los niños se dormían hasta más tarde o jugaban en silencio en su cuarto. Aquella noche, Miguel se sentía rendido. Hacía frío mesetario. Soplaba una ligera brisa de la sierra y se abrigó levantándose la solapa del anorak. Comenzó a leer, pero al poco de salir de la parada abandonó el periódico y dejó caer la cabeza sobre la fría ventanilla. De cuando en cuando despertaba y reconocía el paisaje; volvía a abandonarse haciendo del viaje una especie de aperitivo del descanso nocturno. El ruido del motor le acunaba y los saltos provocados por los baches ocasionales le ponían alerta. Le tenía tomada la medida a la distancia y casi siempre aprovechaba el traslado para dar una cabezadita. Detrás de él un grupo de tres jóvenes hacían algo de algarabía no estridente. A esas horas eran todas la caras conocidas y había memorizado la parada de cada quien. De repente se agudiza el ronquido del motor y descubre que va subiendo la cuesta del cementerio. Aún falta mucho y el sueño le rinde. Se hace el silencio y, sin abrir los ojos, imagina a los tres jóvenes alejarse tras la estela del autobús. ¡Cuánta paz dejan en su retirada los seres molestos!

“¡Oiga, caballero, que vamos a encerrar!” “¡Maldita sea, me pasé!” Miguel estaba a las puertas de la cochera, a unos dos kilómetros de su casa. Había comenzado a helar y ni siquiera llevaba bufanda. Echó mano al bolsillo, pero no llevaba suficiente para tomar un taxi. Miguel no olvidaba que Carmen es muy celosa. Mientras regresaba a su casa iba tejiendo qué contarle a ella a la vuelta, cómo justificar la tardanza: sabía que ella le pediría explicaciones.

10 comentarios:

  1. Y mientras iba de camino hacia su casa, iba tejiendo historias con hilos de seda y esparto con que apaciguar los sentimientos celosos de la mujer que le espera.

    En algunos blogs no puedo publicar comentarios con mi otro dominio, por eso lo hago con blogspot.

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  2. Qué triste tener que andar siempre dando explicaciones de todo a la persona que se supone te quiere, te acompaña y te entiende.

    Un abrazo.

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  3. Hola Paco. Un comentario para la foto que acompañas a esta entrada. Muy bien lograda y muy bonita. La soledad de la calle en una noche, supongo, helada.
    Desde Gran Canaria, un saludo, Ángel

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  4. Es lo que tiene dormirse en el autobús hasta se puede despertar en el más allá, dependiendo dónde se viaje.
    Un beso.

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  5. Bonita entrada con esa narrativa tan visual y llena de sentimientos.
    Preciosa.
    Un beso

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  6. Me ha gustado mucho lo que has escrito. Casi siempre tenemos que estar dando explicaciones, a veces, de auténticas tonterías.
    Saludos

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  7. Eso de preocuparse por dar explicaciones refleja un afecto que surge de muy adentro y que tal vez no sea reconocido.

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  8. Mala concejera son los celos. Encima de estar pasándolo mal tener que inventar historias ya es una pesadilla. Hay personas que les gusta que les engañen.
    Pare que tiene miedo a la verdad

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  9. Pobre Miguel!!! sólo por dar una cabezadita por estar reventado del trabajo, encima de helarse, también inventar historias para que la mujer se quede satisfecha: que mal compñero de viaje los celos. Buenos días, Francisco.

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  10. Es lo que tiene estar muy cansado y bueno si una persona tiene costumbre de llegar a una hora, es bueno decir lo que ha sucedido para el retraso, ahora si es por celos eso ya es algo un poco enfermizo, pero también ser demasiado confiado-a...luego dan cada palo.
    Un abrazo Franciso, relatas estupendamente. Apetece terminar siempre lo empezado a leer y eso es muy bueno.

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