Tu mano. Primero fue tu mano
el asidero desde el que caminar juntos.
Así de cerca, así de próximos.
El perfume de tu piel
me ayudaba a identificarte,
de colmarme de certidumbre
y saber cuál era la patria a conquistar.
A veces no parábamos de hablar,
de reír juntos, de proyectarnos
hacia un mañana desconocido,
ese bosquejo de vida en común
que nos empeñamos en edificar.
Durante largos ratos nos mirábamos,
nos mirábamos en silencio,
nos nutríamos recorriendo con la vista
la geografía ajena. Tu jovialidad.
Tu sonrisa era el desbordamiento
de mi caudal, mi salida de punto.
Éramos todo inocencia, futuro imperfecto.
No nos condicionaba el devenir,
instalados en el mágico presente,
sino que lo abrazábamos sin titubeos
imaginando que entre ambos
todo sería posible y hasta certero.
Tu mano, tantos años después,
sigue siendo sonrisa y asidero,
debilidad física y certidumbre,
tras tan larguísimo trecho.
Así de cerca, así de próximos.