Llegué ante tu plenitud
cuando más radiante era tu destello,
cuando la sombra, en su timidez,
se ocultaba debajo de los pies
y el confort era pleno desamparo.
Del bosque de tus ojos
nació un manto de acogida,
como brazo en socorro de un naufrago,
que sin saber cómo es subido a bordo.
Fui alcanzado, palpado, cobijado…
De repente, el agobio se hizo fiesta
y de la luz de tu mirada
unas notas alegres
alborozaron mi desmedido desplomo.
Aquel sofoco era ahora escalofrío,
incredulidad, patria, misterio,
y me rendí en silencio
a ser clavado en el espejo de tu mirada
con el corazón anegado de dudas.
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