Cuando
velo, ¿todos velan?
Cuando
duermo, ¿todos duermen?
¿Comen
todos o ayunan algunos?
¿Quienes
ayunan lo hacen por estética?
Se
cae el sol por el desfiladero del poniente
como
cada atardecer, a veces rojizo,
y
la penumbra me urge
insistentemente
al recogimiento:
una
cena frugal y a la cama,
un
rato de lectura y a dormir hasta el alba.
A
veces se me atrinchera un pensamiento
y
me desvelo en horas interminables.
Por
lo común hechos vibrantes
con
filo de diestro cuchillo matarife.
Sucesos
que no he vivido en mis carnes,
pero
que me ha mostrado el telediario
o
me han descrito las lecturas.
Aunque
trato de darle el valor de la ficción,
a
veces es un rastrillo que araña por dentro
y
deja surcos abierto como úlceras.
Es
como una mala mar delirante
cuyos
embates me mueven los cimientos.
Y
pregunto a la voz que me jalea,
¿qué
tengo yo que ver contigo?
¿Por
qué me agitas
en
la placidez de mi descanso
con
este fuego inextinguible que me abrasa?
Cuando
miro hacia un lado o hacia atrás,
¿todos
están mirando en la misma dirección?