La ciudad ha despertado alborotada,
bostezando como de un mal sueño,
se ha pasado el peine una y otra vez
y en su escrupuloso recorrido
son infinitud de individuos y familias
los que han sido empujados hacia la periferia,
cuyos nombre ya nadie recuerda.
La vivienda ha pasado a ser suntuaria
y la habitabilidad se ha rendido
a la pleitesía que ignora los escrúpulos;
los viejos locales comerciales
se han travestido de acicaladas posadas,
-con “look” de “bungalows”-
y precios derramados en luna creciente.
No hay vínculo. No hay permanencia.
Todo es fugacidad de un visto y no visto
al precio de una mensualidad,
pago anticipado y código de acceso.
Fugacidad. Unos van y otros vienen…
El hervidero que colapsa la ciudad
es un alma helada, estresada y vacía.
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