Si el hombre pudiera amar
a sus semejantes
según nos propuso el hijo del Carpintero,
sería tan tan grande
como el más humilde
de todas las criaturas de la tierra.
Sería como una nube, como parasol
que se interpone y salva
de la insolación incruenta,
como una fuente que nunca deja de manar
y nunca se agota,
como pan candeal
que se parte y reparte,
que se parte comparte y sacia.
Sería como lumbre de cálida acogida
con la que fundir la soledad
y también los miedos,
como almohada sobre la que soñar
y olvidar las penurias,
como jergón mullido y cálido
donde descansar y soñar la bonanza
con ráfagas de venturas,
como brazos que se abren y acogen,
al tiempo que colman de esperanza.
Si el hombre pudiera amar
a sus semejantes,
estaría desde aquí gozando
de la anhelada meta.
culpo al libre albedrio y que el cachuo siempre metió la cola, y nos tienta a desviarnos del camino, al final todos somos frágiles
ResponderEliminarsaludos!
Ciertamente frágiles, Carlos, y también cegados por nuestro YO que no nos deja ver nada más.
EliminarUn abrazo.
El hombre está muy centrado en el materialismo, Francisco...Esta o estamos muy pegaditos a la tierra y no miramos al cielo...el tiempo, el estress, vivir la vida y los placeres son los únicos proyectos de futuro...La vida espiritual y los valores humanos faltan y eso impide solidarizarnos con los demás y recordar las lecciones del MAESTRO...
ResponderEliminarMi abrazo y mi cariño, amigo poeta.
Algo le falta a nuestra vida cuando nos olvidamos del otro, María Jesús.
EliminarUn cariñoso abrazo.