El cuadro me mira con infantil regocijo,
como fue mi mirada aquel lejano día
que, con las herramientas a mano,
lo colgué en el salón desnudo de mi casa.
Ahora forma parte del paisaje interior
y hasta lo miro con la indiferencia
de las hojas del calendario;
ha pasado a ser vistazo habitual
que ni siquiera estremece.
La costumbre es fuerza que adormece
y el paso de los días, en su monotonía,
convierte lo festivo en pieza de a diario.
Cuando de repente lo miro con atención
sigue siendo hermoso y su colorido y tema
permanecen en el tiempo sin inmutarse,
y con algo más de la atención diaria
hasta expresa aquella distante evocación
que me empujó a apostar por él para siempre.
Es difícil vivir el gozo inaugural de las cosas;
el cada día suele emborronar el enamoramiento,
pasando a un plano inestable en el desequilibrio.
No es el tema, ni el color, ni la técnica,
es la maloliente parsimonia del día a día.
Así como el amor pasa por el uso a monotonía,
de forma injustificada, tras la fogosidad
de un tiempo febril que parece no saciarse,
al aburrimiento de lo cotidiano y no valorado.
Que verdad dicen estos versos amigo. Recuerdo con qué ilusión decoré mi casa y no me cansaba de mirarla, ahora ya es algo superficial que me pasa desapercibido, me acostumbré a verla y esa ilusión desapareció. Saludos
ResponderEliminarEn cambio, aunque no tengo en mis estantes ni en mis paredes cosas valiosas, sí que son de verdadero valor para mí por tan larga convivencia.
EliminarUn abrazo.
Bueno, las sensaciones y sentimientos van cambiando y evolucionando a lo largo del tiempo, Francisco...Por eso es buena la renovación exterior e interior...La vida empieza cada día y debemos seguir valorando y atendiendo lo primordial y esencial, sin duda alguna...
ResponderEliminarMi abrazo siempre.
Tienes toda la razón, pero los sentimientos hacia esas cosas que conservamos sin apenas valor económico, también alcanzan en nuestra estimación cotas imperecederas, a las que no damos importancia de a diario.
EliminarUn abrazo.