Como el aldabonazo de un arcabuz,
estruendo que se expandió por oídos ajenos
y conmovió la totalidad de las masas:
había encontrado la muerte
como de estampida, en el sopetón
de un accidente del que salió cadáver.
No hay interpretación posible
y sobran las culpas propias o ajenas:
la vida es un bien insustituible, inmutable,
que no se consuela con la razón,
como tampoco lo hace con el derecho.
Déjame que te apriete sobre mi pecho
y enlace tu espada junto a la mía
serán filo estridente de una multitud,
para que todos se acoplen a la melodía
de la suma tristeza llorando el desconsuelo.
La noche hará el silencio y apagará
el brillo de tus ojos y los míos,
pero mañana al alba persistirá su ausencia
y tus lágrimas y las mías serán reguero
de infinita vigilia buscando el consuelo
que solo los días portan en su mochila.
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