Verde intenso. Mullido y compacto,
como un puzzle de recortes seleccionados
encajados ordenadamente en el suelo.
Un alto grado de humedad,
como esas mañanas de rocío
que invitan a volver a la chimenea.
Minuciosamente expandido. Virginal
e inmaculado de pisadas
por los aledaños del portal.
Esta madrugada a dado a luz María.
Al alba, con el gozo en su mirada
y un extraño vacío en sus entrañas,
siente la caricia en sus pies desnudos
absorbiendo el verdor
como tranquilizante que sube
por sus cavidades venosas.
El niño duerme, el esposo fue a buscar leña.
De la improvisada cuna sale un fulgor
muy luminoso,
como la cola de un cometa,
que tiene todo por decir en su momento
y ahora es silencio profundo.
María mira al cielo y se abraza el vientre,
ahora hueco.
La escena es rural y celeste,
el silencio sobrecoge
como cascada de luz bajada de las alturas.
El sol no ha despertado aún,
María vuelve sobre sus pasos al portal,
restriega sus pies en el musgo
antes de adentrarse
y entrega sus desvelos al recién nacido.
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