La noche boca de lobo. El frío.
Las terrazas. Las aglomeraciones.
Los calentadores quemando gas
y los cuerpos trasegando alcohol
como remate de una jornada dislocada
que no conoció el recogimiento interior,
tampoco la estima física y prudente.
Las guirnaldas de led evocando la Navidad.
Los diseños geométricos que no comprometen
ni a la fe, ni a la incredulidad. Para todos.
Para todos los gustos y todos los bolsillos.
La estrella naciendo de entre los vatios.
La luna, algo más de un cuarto y macilenta,
tan lejana y glacial que su cerco da escalofrío.
Humo. Mucho humo. Las cachimbas. La shisha.
A pleno rendimiento, a todo humo aromático.
Los otros humos no legalizados. La noche.
La larga lista de artículos determinados
no siempre homologados. La mercadería.
Con todo este panorama resulta que lo más revolucionario es el recogimiento y el silencio. La tranquilidad serena y creativa.
ResponderEliminarSaludos
Paradójico, pero acaba siendo lo más convincente, Francesc.
EliminarUn abrazo.
Últimamente salgo poco pero estos días aún menos. Descriptivo y buen poema. Un abrazo
ResponderEliminarLo que ven los ojos y siente el pálpito, Chelo.
EliminarUn abrazo muy entrañable.
Es un reflejo, de lo que ocurre en nuestros días.
ResponderEliminarTe deseo una feliz Navidad.
Un abrazo.
Efectivamente es una copia del natural, Antonia, como una de tus fotografías.
EliminarUn abrazo.
Vivo en un pueblo en lo que no veo nada de lo que describes, claro que tampoco salgo de noche pero mis ventanas dan a la plaza del centro del pueblo y todo es tranquilidad de momento claro, sólo veo muchas luces navideñas. Saludos
ResponderEliminarLos pueblos suelen ser más moderados, Charo.
EliminarUn abrazo.
Así son las ciudades. Cada día estoy más convencida de cambiarme a algún pueblo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero que tomes una decisión acertada y que sea lo mejor para tu vida, Sara.
EliminarUn abrazo.