Las viejas palmeras,
pórtico permanente del atrio
en el silencio de la noche
o en el clamor del día de mercado,
o cuando mirando al suelo
nos centrábamos en los juegos,
o departiendo en los veladores
vinos y viandas.
Las esbeltas copas verdes
en competencia y cosquilleo
con el azul del cielo,
donde los ángeles saben descifrar
cada gesto fluctuante en el aire.
Al pie, los juegos infantiles
y en las solemnidades punto de encuentro,
puesta en escena
y decorado natural de cánticos y alabanzas,
punto de arranque o despedida
de cada desfile procesional.
Impertérritas, enhiestas, que no altivas,
protección natural y oasis,
preámbulo,
proemio del templo que me vio crecer.
Marco perfecto para el recuerdo. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Arantza.
EliminarUn abrazo.
Gran remembranza que llega el corazón. Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Patricia, por implicarte leyendo.
EliminarUn abrazo.