Todavía noche cerrada,
la calle es un largo silencio ensordecedor
y pronto comenzará a clarear.
Esta calma será profanada en breve
con un rumor constante y agitado
de quienes van y quines vuelven
o de quienes todavía no se han retirado.
Se cruzan las personas y no se saludan,
cada quien a lo suyo: multitud en soledad.
Todos llevan prisas, urgencias aplazadas
por el cansancio acumulado
y un reloj acusador de las demoras
que nadie mira ni se sorprende.
Ya clarea. Pronto será de día.
Ya suena algún claxon imprudente
que no está dispuesto a ceder sus primicias.
Carraspea el hierro ante la levantada
un cierre metálico en un comercio vecino,
acusando recibo de una lubricación defectuosa.
Ladran unos perros su impulsiva juventud
reivindicando su espacio. Ellos sí se saludan
y sus dueños gritan retirada
con un fuerte tirón de las correas
y voces altisonantes a su mimado animal.
Algunos limpian los restos,
otros ni siquiera salieron pertrechados.
Anoche me acosté esperanzado,
pero no estamos dispuestos a cambiar
o van a tener razón quienes dicen
que el hombre evoluciona muy lentamente
y con sobredosis de incredulidad,
mirando y criticando el in civismo del vecino.
Vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.
ResponderEliminarSaludos
Es que nos miramos con mucha benevolencia, Emilio; por eso lo malo siempre es del otro y no lo propio.
EliminarLlevo muy mal lo de la limpieza de los restos de los perros pues donde vivo también hay demasiados incívicos. He tenido perro muchos años y siempre llevé mi bolsita de plástico, y esto no va a cambiar aunque cuando veo que hay personas que si llevan su bolsa y recogen lo que ha dejado su perro no pierdo la esperanza. Saludos amigo poeta.
ResponderEliminarYo camino con la ayuda de un bastón y las dificultades ante esa situación se multiplica. ¿Por qué no pensamos nunca en el otro?
EliminarUn abrazo.