El relojero, disconforme con
este estío prolongado,
ha retrasado el reloj para
darnos la ilusión óptica
o para que amanezca a
capricho de la industria,
como si hubiera medio de
abaratar
la factura eléctrica. Tal
vez,
para acabar de
trastornarnos,
al igual que sobrecoge
un huracán de estorninos que
nublan
la noche estrellada en las
aristas malolientes
de las cloacas.
Un artificiero de despacho,
un alquimista osado,
bajo el influjo de algún
brebaje inconfesable,
en lo cenagoso de su triste
negociado,
corrige la plana al Hacedor
y ordena a la noche que se
estire
en la goma de chicle
de un tempestuoso ensueño,
y se frota las manos porque
le ha llevado el pulso
a lo inamovible.
Si dejaran ya las agujas tranquilas... ganaríamos todos.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Las seis de la tarde y casi de noche. ¿Eso es lo que hemos avanzado? Me lo expliquen.
EliminarUn abrazo.
Hoy atrasan la hora, dentro de seis meses la adelantan, menudo cachondeo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y encima nos tenemos que tragar unos cálculos aritméticos de ahorros que no sé a qué bolsillos irá.
EliminarUn abrazo.
Si el domingo te levantas con la hora antigua, como es mi caso, tendrás que adelantar un poco la hora del almuerzo por la hora nueva.
ResponderEliminarBesos
La verdad es que los primeros días es un trastorno. Ayer domingo me sorprendió lo pronto que se hizo de noche y tuve que encender la luz.
EliminarBesos.
Los que lo establecieron juran que implica ahorro, yo no lo creo, pues mantenemos más horas las luces encendidas. Y es tristísimo llegar siempre de noche a casa, para quienes adoramos el sol.
ResponderEliminarBesos de anís.
Los que hacen los cálculos deben ser los que se bebieron el anís, Sara, porque no dan ni una. Ja, ja, ja...
EliminarBesos.