En la vidriera de aquel
escaparate,
donde tus ojos y los míos
se encontraron
con la misma fugacidad del
relámpago
y el silencio estruendoso
de nuestros párpados
desorbitados
diciendo todo, sin decir
nada,
tomando certeza
de nuestra irrefrenable
atracción.
Desde entonces, duermo sin
despertar,
maniatado en los vuelos de
tu falda,
en el abanicar de tus
pestañas
con cadencia rítmica; muy
despacio,
remansada y remecida,
como la vidriera que nos
mostró el uno al otro.
He tejido para ti un collar
de caricias,
un jalonamiento de
requiebros que te desbordan
y trato de anillar a tu
cuello.
En la vidriera de aquel
encuentro,
el luminoso destello fugaz
que quiere hacerse eterno.
Todo es más bello gracias a tu luminoso, fulgurante destello. Decir todo sin decir nada, sólo a través del vidrio de tu lírica, épica mirada.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus elogiosas palabras, Merche. Las miradas son siempre muy personales.
EliminarBesos.
¿Donde está ese escaparate qué produce efectos tan bellos y duraderos?
ResponderEliminarEse escaparate está en tus pupilas, en tu forma de mirar. Si el mundo real no te satisface, enfoca bien y mira con ternura.
EliminarBesos.
Sí, hay que insistir en enfocar bien. : )
ResponderEliminarBesos.
Está muy claro que sólo vemos aquello que verdaderamente queremos mirar. Por eso el amor siempre encuentra su emparejamiento y no todos coincidimos en la misma personas; pero tenemos cada uno nuestro peculiar modo de mirar.
EliminarBesos.