31 marzo 2011

GUERRA EN LIBIA

El aire estaba putrefacto antes del primer disparo. Las madres sabemos qué es lo que están maquinando nuestros hijos antes de que éstos se alisten, porque algo en nuestras entrañas se arruga hasta sentir un dolor insoportable que nos acerca al borde de la misma muerte. Parecía que el mundo entero nos había vuelto la espalda y estaban saltando por los aires la brizna de esperanza que pretendían traer a Libia aquellos que se levantaron contra el régimen, pero llegaron en la víspera y soltaron metralla que ellos llaman selectiva y nosotras dudamos de tanta precisión. Llanto y encierro; ocultamiento y llanto por mis hijos y por los hijos de todas esas madres que lloran a uno y otro lado del fuego.

El desierto es una duna de muerte donde el viento sólo trae fétido olor a cadáveres, vidas que sajan mi vida, vidas que claman ante un espectáculo tan desolador. No hay suministros, sólo carencias y hambre; cuerpos retorcidos entre los restos quemados por el fuego aéreo. Una vez más, el poderoso, desde su atalaya, señala con su dedo el sendero de la muerte ajena y se mantiene en la cúspide como buitres carroñeros que aguardan al festín de los despojos, mientras las madres lloramos la muerte de todos los hijos: los propios por el desgarro que el sonido de las bombas infiere como hierro candente en nuestras entrañas; de los ajenos, porque no hay muerte de un soldado sin extremo dolor materno.

Todos van ganando; todos dicen falsedades. A estas horas no sé cuántos de mis cinco varones siguen vivos y cuantos han teñido con su sangre las arenas, esas manchas como de tinta roja que quieren lavar mis lágrimas. Salgo del escondrijo y un amasijo de escombros e hierros retorcidos presentan una imagen fantasmagórica donde se ha ausentado la vida. Todo está calcinado hasta donde alcanza mi vista. Entre los escombros, restos humanos descuartizados y chamuscados. A escasos metros, lo que fueron tres camiones que han sido diana del fuego enemigo; de dos de ellos aún salen llamas de los neumáticos que elevan al cielo una humareda infecta negra y pestilente. Restos humanos, muchos restos humanos esparcidos por todos sitios; no hay supervivientes, no reconozco entre tanto despojo la identidad de ninguno de mis hijos, pero sigo llorando por los sufrimientos de tantas madres. Oigo voces y me acerco con mucho cuidado: sobre un tanque calcinado media docena de jóvenes ondeando la bandera, una victoria de unos sobre la muerte de otros. En la guerra, unos hacen cantos de gloria sobre la sangre ajena derramada, mientras las madres lloramos todas las muertes de todos los hijos.


30 marzo 2011

LA CASCADA

Atraído por los paseos por el monte que describe mi amigo Felipe y que tan bien ilustra con impecables fotografías, como testimonio de los pasos dados, me aventuré por un terreno desconocido como atraído por una fuerza ignota que me llamaba hacia las cumbres. Eran los primeros rayos del día, esa hora en la que uno no sabe decidir si saludar con los buenos días o aún con las buenas noches. Pronto me había alejado lo suficiente como para no encontrarme con nadie a quien saludar; el sol lo inundaba ya todo y la hierba se desperezaba del rocío con el tibio sol de la mañana. No me estaba resultando difícil, pues me dejé llevar por la vereda que serpenteaba, siempre ascendiente, hacia la cumbre. A lo lejos, un rebaño de ovejas conducida por un perro bajo la atenta mirada del pastor buscado lo profundo del valle y el camino seguía escarpándose cada vez más, ahora con algunos trancos considerables.

De pronto un rumor desconocido me apartó del camino con la curiosidad de querer descubrir. Según me acercaba se hacía más y más intenso, hasta que la picadura de una abeja me aconsejó alejarme de allí cuanto antes. Era como una veintena de colmenas en una calva de la espesura, como dispuestas a modo de columnata del frontispicio de un templo ateniense. Eché mano a los prismáticos y observé tal vez millones de aquellos laboriosos insectos. Ahora era más agudo el dolor de la picadura y pensé si no le habría ocurrido algo similar a mi amiga Ema cuando tanto se aproxima a flores y fauna para conseguir sus conocidos primerísimos planos. Tomé un poco de tierra en la palma de la mano, le puse un poco de saliva y me unté la picadura con barro.

No llevaba cámara, tampoco cantimplora y de ambos olvidos terminaría arrepintiéndome. Me sentía más cerca de la cima que del valle y una fuerza extraña me empujaba a seguir adelante, como si coronar la cúspide representara para mí alcanzar un imposible. A cada paso el camino era más y más dificultoso y temí caer extenuado sin lograrlo. Tomé unas bayas con las que refrescar la sequedad de mi garganta; eran un tanto amargas, pero vinieron a amortiguar lo que se me antojaba principio de deshidratación. El sudor era profuso por el esfuerzo, a pesar de la bajada de la temperatura, entonces, sin soltar el bastón de la mano derecha, agarré con fuerzas la pequeña cruz de madera que llevo al cuello, la apreté y elevé los ojos a lo alto como buscando el impulso que tanto necesitaba y sin dudas estaba fuera de mí. La cima estaba aún lejos, muy lejos, y decidí descansar un poco del ímprobo esfuerzo. Extenuado, es posible que hasta diera una cabezada. O estuve dormido o catatónico, no sabría decir; pero había visto en el duermevela cómo recuperaba fuerzas y la intuición de desviarme hacia la cara oeste en busca de un acceso menos dificultoso; tenía la boca pastosa y resolví ponerme en ella unas briznas de hierba con la que aliviarme. Fue entonces cuando, como guiado por la mano angelical de un ser invisible, tal vez un hada, me acercaba más y más a un rumor de agua que pudiera ser un espejismo. Pero no. Allí estaba mi samaritana en toda su lozanía, poniendo a mi alcance, tras unos acantilados de pizarra, el rumor cantarín de una cascada de agua que ella había perpetuado para mí.


Mi amiga virtual Ema ha sido tan gentil que me ha dedicado esta fotografía tomada en una de sus escapadas a la naturaleza; en contrapartida, le dedico estas torpes letras como recompensa a su esfuerzo, con todo mi agradecimiento y cariño.

29 marzo 2011

COBIJO AÉREO

Con este nombre tan singular se presentó el sábado al medio día en la Alameda de Hércules este grupo de jazz-rock, cuyo saxo es mi amigo y compañero de piscina Pepe, a quien por razones obvias conozco en su desnudez física, pero desconocía en su faceta musical y alta sensibilidad artística. Toda persona es mucho más de lo que es capaz de captar nuestra mirada.
















¡Enhorabuena, Pepe; enhorabuena, Cobijo Aéreo!

28 marzo 2011

ROSA ENCENDIDA


Una rosa encendida
ilumina esta mañana mía
de aciaga primavera;
una rosa hurtada del blog de Ema
-en lo sencillo de la vida-
con la que he querido perfumar
la podredumbre de tanto pesimismo
que me asola. Solo a solas
con el inquietante pulso de las horas.
Quise encender una mecha
y no había cera en la palmatoria
de mis expectativas. La alcuza
vacía, desolada como el alma, 
presentaba la desnudez de mi fragilidad;
entonces, encontré la puerta
entreabierta y, a hurtadillas,
tomé esta rosa
con la que he enciendo esta mañana
de artificiosas prefiguraciones,
como inaugurando el destello
de un nuevo amanecer.

27 marzo 2011

TIEMPOS DIFÍCILES

Marisa sabía que los próximos serían los setenta y nueve años, pero no sabía si llegaría a cumplirlos ni dónde; en todo caso no los celebraría. La encontré en un banco del parque. Ni esperaba ni la esperaban. Yo estaba al cuidado de mi nieto que correteaba de acá para allá y hacía amistades o alianzas de juegos con otros niños. Estaba llorosa. Cuando me decidí a preguntarle si necesitaba ayuda rompió en un mar de lágrimas y le ofrecí mi pañuelo, pero sacó uno que llevaba alojado bajo la manga de su brazo izquierdo. Se secó y tardó un poco en serenarse.


“Hace tres meses”. Tomó aire y volvió a sonarse. “Hace tres meses que murió mi marido y uno de mis hijos me está reclamando la herencia de su padre”. Volvió a llorar. Busqué con la mirada a mi nieto y no lo veía; me volví y lo vi correr con otros chiquillos. “Sólo teníamos la casa donde vivo, esa que compramos mi Ramiro y yo con tanto esfuerzo y tanto sacrificio.” ¿No tenían ustedes testamento? –le pregunté como dándolo por hecho- “No, nuestro único afán fue trabajar”. ¿Y escrituras? ¿Tienen escrituras? “La tenemos, sí señor, pero dice que él no tiene que esperar a que yo muera para recibir lo que le corresponde de su padre. Este niño mío nunca fue así. Es el pequeño de los cinco, pero se casó con una mala pécora…” Señora, él tampoco mira muy bien por usted; podría frenar las ambiciones de su mujer y dejar que usted termine sus días en paz. “Pues eso es lo que quiero. Yo aún me manejo bien, ¿sabes usted? Vivo sola, pero me apaño todavía”. No puede forzarla, señora, usted podrá quedarse en su casa mientras viva. “Sí, ya se, pero mi casa ahora es un infierno; dice el hijo de mi vecina, que trabaja de no sé qué en una notaría, que no pueden echarme, pero yo tampoco quiero vivir en un infierno” ¿Y qué piensa hacer usted? “Con la paguita que me ha quedado no me alcanza para irme a una residencia, pero si vendiera la casa podría hacer lo que quiere mi Antonio; me quedaría con mi mitad, repartiría el resto entre mis hijos a partes iguales y me iría a una residencia”. ¿Y qué dicen sus otros hijos? “Que por ellos no, pero si yo creo que voy a estar mejor en una residencia, pues que yo misma. Son muy buenos; ellos no quieren darme ningún disgusto y entran por todas”.

Hace un mes que me encontré con Marisa en el parque y no he vuelto a verla. No sé si por la no coincidencia, porque ha conseguido vender su casa y repartir el dinero entre su jauría de hijos o porque se ha muerto de los disgustos. Por fortuna yo sólo tengo una heredera única y hace un año se vinieron a vivir conmigo cuando él perdió el trabajo y no podían seguir pagando el alquiler. Por otra parte, no les viene mal que yo me ocupe de pagar la luz, el agua y los demás recibos, además de ayudar en lo que puedo para la comida. Son tiempos difíciles.

26 marzo 2011

LA LECHERA

No eran muchas las tareas, pero mi madre solía asignar a cada uno pequeñas encomiendas de las que responsabilizarnos. A mí me asignó la lechera. Después de la escuela y la merienda nos dejaba tiempo para jugar; entonces se jugaba y casi se vivía en la calle, sin juguetes…  Es curioso, ahora que lo pienso, no llevábamos nada a la calle para jugar; era el otro, eran los otros, era el grupo todo lo que necesitábamos para que las horas hasta el atardecer transcurrieran a toda velocidad. Las niñas solían formar un mundo aparte. Éramos como dos mundo: escuela de niños y escuela de niñas, juegos de niños y juegos de niñas; algunos de los juegos eran comunes, pero nos faltaba el hábito y ellas decían que éramos muy brutos.


Antes de que se encendiera el alumbrado público había que estar en casa, traer la leche y hacer los deberes antes de la cena. El cabrero tenía su propio horario, así que al volver de los juegos callejeros llevaba la lechera y volvía instantes antes de la cena a recogerla. Éramos veceros, por lo que, salvo accidente, la ración estaba asegurada. Vivíamos en la calle de la Fuente, empinada y empedrada; nosotros casi junto a la plaza y la lechería en todo lo alto. Casi siempre bajaba la calle corriendo y la lechera en más de una ocasión rodaba por los suelos. Eran más frecuentes mis accidentes que los del cabrero, quién salía del aprisco de noche y regresaba bien cerrada la noche.

Mi madre siempre la colaba, para evitar algún pelo de cabra u otra inoportunidad, la hervía  y la dejaba reposar. Antes de servirla en las tazas, apartaba la nata amarillenta y gruesa y la reservaba en un plato pequeño que guardaba en la alacena. Por la mañana nos la untaba en una rebanada de pan, la espolvoreaba con un poco de azúcar y otra vez la cartera, la escuela y de nuevo el ciclo.   Ni que decir tiene que el día que mi loco correr daba con la lechera en el suelo, quedábamos privados de tan rico alimento; la suerte es que la lechera era de aluminio, cada vez con más bollos, pero siempre entera.

25 marzo 2011

POBREZA



Inditex (Zara) alcanzó el pasado ejercicio un beneficio neto de 1.732 millones, el 32% de crecimiento.

¡No llores, pobre,
sonríe a la vida,
luce tu escuálida escasez
abrigado en la providencia!
Hoy es un nuevo día,
el sol luce radiante
e ilumina el vaho de tus bostezos;
tal vez tampoco hoy te desahucien
y no se desparramarán tus harapos
camino de ninguna parte.
Despierta y ensaya una sonrisa
camino de la Misericordia:
te servirán un plato caliente,
una vaharada te inundará los sentidos
y quedarás saciado.
No importa que tu dedo gordo
salga curioso de esas botas heredadas
que tanto te aprietan;
pasea, medita, aspira profundamente,
disfruta del paisaje. Sal del arrabal
y goza de la ciudad y sus encantos;
sé consciente de lo mucho que está a tu alcance.
Hay otros más pobres,
mucho más pobres; tan pobres
que sólo tienen dinero.

24 marzo 2011

INFINITUD


Cuando la pescadilla se muerde la cola
está prefigurando
presagios de infinitud

23 marzo 2011

MIS MAESTROS

Mi amiga Chelo de la Torre ha colgado en su blog un llamamiento en defensa de los profesores, quienes vienen siendo en los últimos tiempos vituperados por alumnos y padres que dejan mucho que desear como educadores, al que sin dudarlo me he sumado:

Me gusta la palabra maestro y todo lo que significa, y me gusta la tercera acepción que de ella dice el diccionario:Persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”. Y es que guardo especial cariño a todos los maestros que he tenido a lo largo de la vida, a los docentes de las diversas instituciones de enseñanza, y también a aquellos otros que han orientado mi vida laboral. A todos ellos. A los buenos y a los menos buenos; a los primeros porque me enseñaron qué y cómo hacer, y a los otros porque me mostraron cómo y qué no hacer.

Muchas veces me he planteado qué hubiera sido de mí si acabada la etapa educativa  me hubiera visto perdido sin que el maestro de turno me hubiera orientado en lo profesional. Seguramente me habría disipado en los rudimentos toscos de todo principiante y me habría quedado estancado, como todos esos que nunca pusieron interés alguno en superarse y llegaron a la edad madura siendo aprendices que no aprendieron o mozos por la eternidad.


El verano pasado me topé en Marbella con uno de mis viejos maestros de lo laboral. Hacía al menos 40 años que no nos habíamos visto. Me dio un vuelco el corazón cuando lo divisé a lo lejos con su porte inconfundible; iba de espaldas, pero era él: sus modos elegantes, su porte de gentleman y sus pasos erguidos y firmes. Ya no era tan seguro su caminar, pero seguía siendo genuino y hasta exclusivo. Al acercarme comprendí que no me reconociera y le pregunté con voz entonada: “¿Don Antonio Ávila?” Y me respondió con su voz engolada: “Y Palacios”. Tenía la mirada perdida y la atención en un posible submundo al que la edad o los achaques le habían llevado. No me reconoció ni cuando me identifiqué y no mostró interés por salir de su estrecho mundo interior. Tenía la mirada perdida en el horizonte, iba como extraviado, pero seguía siendo el mismo, mi maestro querido, un ser todo él dignidad.

22 marzo 2011

TOLEDO

Corría el año 1965, tal vez noviembre; por supuesto antes de la Navidad. Era mi primer viaje por encima de Despeñaperros. En esa ocasión no sólo conocí Toledo, sino Madrid, donde fui invitado por mi amigo José a pasar unos días extraordinarios en casa de sus padres. Se abrieron ante mi otros mundos más anchos que aquellos de mi Ojén natal y mi Marbella de adopción, estudios y trabajo. Fuimos en el metro hasta Atocha y, cerca de allí, en una plaza rectangular y pueblerina, llena de bares humeantes, tomamos un autobús que nos llevó a la vecina ciudad de Toledo.


Desde que entramos por la Puerta de la Bisagra supe que pisaba historia ancestral y viva. Sus calles empedradas me acercaban mucho al pueblo, no así su monumentalidad y cosmopolitismo. No era temporada alta, pero los turistas eran ríos humanos de un lugar a otro. En Zocodover el bullicio era multitud alrededor de los puestos de mazapán que anunciaban el alumbramiento divino. He vuelto muchas veces a Toledo, pero fue esta la que me enamoró, a pesar de no tener plena conciencia de lo que veía. Posiblemente no conociera en aquella ocasión la Casa del Greco o la Sinagoga del Tránsito; no lo recuerdo, sólo que anduvimos de un lugar a otro todo el día sin parar y que tomamos un menú turístico, lo que podíamos permitirnos, y seguimos viendo monumentos hasta minutos antes de regresar a la estación de  autobuses.

A la salida de la catedral o tal vez de Santo Tomé, después de escuchar atentamente las explicaciones de esos dos mundo superpuestos en el Entierro del Conde de Orgaz, nos topamos con un taller de artesanos del acero donde las espadas eran más numerosas que en uno de mis  encuentros familiares. Me hubiera gustado cargar con el apellido, pero aquellas espadas estaban muy por encima de mis posibilidades. Luego las veía por doquier, con dibujos fantásticos, con filigranas que elaboraban a la vista del público como reclamo. Tuve que resignarme.

Curiosamente, lo que más me marcó de aquella primera visita a Toledo fue conocer el Alcázar. Aún estaba marcado por lo que había aprendido en la Enciclopedia Álvarez o en aquellos otros libros de la Editorial Doncel sobre formación del espíritu nacional. El relato heroico de la defensa del Alcázar, del despacho del general Moscardó, su mesa, el teléfono desde el que no se dejó reblandecer ante la amenaza de la vida de su hijo, me soflamó el corazón juvenil de espíritu patrio como en la presencia imposible del mismísimo Guzmán el Bueno. Pero algo no recordado quedó a fuego gravado en mi subconsciente que me ha hecho volver una y otra vez a esa ciudad abrazada por el río Tajo que tanto valor histórico, artístico y monumental atesora. En las siguientes visitas no volví jamás por el Alcázar, pero siempre siempre por la Casa del Greco, la Catedral, la Sinagoga del Tránsito, la iglesia de Santo Tomé…

21 marzo 2011

NOCHE DE PRIMAVERA

Algunas conjunciones tienen efectos mágicos. Ya es primavera, hace días que así lo anuncian los grandes almacenes, pero ahora ya es primavera en Sevilla. La luna llena ha tenido un parto de luz en el firmamento y le roba protagonismo a la Giralda, a la torre del Oro y al espejo del río. Las calles se vacían porque avanza la noche del domingo como si el espectáculo no estuviera siendo un estreno en estos instantes en las callejas y plazuelas de la ciudad. Tras un recodo, el “racheao” de pies de una cuadrilla de costaleros que simulan portar a Cristo camino del calvario; a lo lejos, el eco rotundo de unos tambores que ensayan los acordes de una marcha que no reconozco: sólo falta el olor a cera que media de la próxima luna llena y será Semana Santa en Sevilla.


En la plaza de San Lorenzo una explosión de flores de azahar y su aroma sutil y penetrante que invade todo el ambiente. La mayoría de los veladores ya están vacíos, aunque algunos de los más recalcitrantes apuran sus copas en conversación dilatada. Unos jóvenes cruzan corriendo al encuentro del paso que ensaya una “revirá” por la esquina de Teodosio, mientras el camión de la basura embadurna de ruido y olor fétido el entorno, arrancándonos como de sopetón del idílico encuentro.

Arriba sigue brillando la luna en todo su esplendor. Llena, hermosa, cercana y llena como pocas veces, es un queso inmenso, como un aldabonazo de la primavera que estrenamos: tiempo de la magia en Sevilla. Ya no quedan cofrades por las calles, sólo noctámbulos que con su alquimia quieren hacer de la noche día y aquellos que siguen soñando a la luz de la luna, de esa luna que mancilló Neil Armstrong, pero que para ellos sigue siendo pura y limpia como la mismísima Inmaculada del pañuelo de Murillo. Suena el reloj de la torre de San Lorenzo; levanto los ojos y percibo lo avanzado de la noche. Reanudo la marcha y sigue el eco a cornetas desde alguna collación cercana, tal vez desde la ribera del río; sigo mi camino y según se atenúa la música resurge el aroma a azahar y ya sólo oigo mis pasos en pos. Percibo la sensación de haberme quedado deambulando solo; echo mano al bolsillo y las llaves suenan a “campanilleros” cuando las manipulo abriendo el portal. Noche de primavera. Sevilla. Sonidos y aromas. La ciudad duerme y me retiro a descansar.

20 marzo 2011

NOCHE COFRADE

Si bien el mundo de las cofradías no descansa a lo largo del año, en cuaresma la actividad se hace casi frenética, llegando a ser mayor el número de actos que se celebran que el de días y no queda más remedio que seleccionar. Anoche acudí a una mesa redonda con motivo del cincuentenario de la corona a la Virgen de los Dolores de la hermandad de Las Penas. Organizada por el grupo joven, se trataba de escuchar de boca de aquellos jóvenes de hace cincuenta años los pormenores y peripecias para llevar a cabo el proyecto.


Intervinieron José Luis Caballero, Cristóbal Alba  y Carlos D'Herbe. Tras la apertura del acto, con apenas una semblanza del motivo de la convocatoria, tomó la palabra el diputado de juventud actual y trató de presentar a los ponentes. Digo que trató, porque desde el instante mismo que mencionó el nombre de uno de ellos éste tomó le interrumpió, completó, adornó, justificó y entró en los prolijos detalles de lo que de su prodigiosa memoria octogenaria iba surtiendo. Usurpada la palabra, o mejor dicho, entendiendo el presentador que su concurso no era necesario, renunció a seguir intentándolo y el acto discurrió por los terrenos que los borbotones memorísticos de aquellos tres nobles ancianos fueron sacando, al tiempo que  interrumpiéndose, del arca de sus vivencias.

Como marcaba el guión se habló de la corona y de las vicisitudes para lograrla, pero también y fundamentalmente de lo que los ponentes quisieron en cada momento o sus memorias volcaban en esos instantes: aquellos primeros acuerdos tomados en la frágil servilleta de un bar, las rifas y sorteos para conseguir el dinero necesario para pagar al orfebre, el ruego al Señor de que el premio recayera sobre las papeletas no vendidas para que no resultara un fiasco, la recolecta de plata, casa por casa, de aquellas joyas rotas o deterioradas o no pero entregadas con generosidad, el sometimiento posterior de los acuerdos de los jóvenes a la junta de gobierno y las múltiples anécdotas vividas, siempre en la capilla profana de un bar cercano.

Estos ancianos hablaron de lo que quisieron; habían retomado el protagonismo y aprovecharon el momento para ser de nuevo historia viva de la hermandad. En el auditorio, junto a mí, otro octogenario que había participado en aquellas aventuras afirmaba o les contradecía en voz baja, cuando  no les apuntaba cargado de la impaciencia que no le permite mayor demora. En suma, una delicia de charla que tenía más de historietas de abuelos que de acto riguroso, donde el guión supuestamente establecido quedó arrinconado en favor  de los borbolleos memorísticos y de los buenos ratos vividos en aquel menester.

Cuando quien presidía la mesa, tras agradecerles la participación, leyó el nombre de todos aquellos que cincuenta años atrás formaron el grupo joven, Cristóbal iba diciendo: ese ya se fue; ese está, pero muy pachuco…   Como todo buen acto cofrade, acabó con “un pescao”. Otro día hablaré de las freidurías de pescado, tan andaluzas, tan sevillanas, y de la estrecha relación entre una noche cofrade y su remate en “un pescao”.

19 marzo 2011

ACEQUIAS

El agua, junto con el aire que respiramos, es el elemento vital para la vida. Recuerdo mi niñez siempre cercana al agua. En la plaza, Los Chorros, donde las familias se surtían de agua para el consumo humano, y El Pilar —del que junto a Los Chorros ya hablé otro día— o abrevadero de los animales. Entonces el agua era gratuita, pero más valorada que la que hoy tenemos al alcance de medio giro de muñeca y factura trimestral.

En el río, hoy cubierto y ofreciendo su espacio como aparcamiento, estaba centrada gran parte de la actividad de aquella agricultura de subsistencia que tanta hambre mitigó y que hoy está prácticamente abandonada. Caudaloso en invierno y fuerza motriz de los molinos a orillas de su cauce, seco y casi desapercibido en verano por la sangría venosa hacia las acequias que regaban los campos y la merma natural de la estación seca.


Durante buena parte de la primavera y el verano, las acequias tomaban un protagonismo de vida que hoy difícilmente se comprende. El campo tenía sed y las cosechas dependían del buen aprovechamiento del agua. De igual modo que heredamos de nuestros antecesores una mezquita sobre la que construir una iglesia encima de sus mismos cimientos, la canalización del agua en acequias era también herencia del tiempo anterior a la Reconquista, como la disposición del terreno en terrazas y bancales acoplándose a lo escarpado del terreno.

Las madres metían sus restregadores de madera en las acequias para hacer la colada, mientras los niños jugábamos con el agua y veíamos cómo se alejaban las flotas de papel o corcho que hacíamos navegar por el canal. Un sistema de tornas conducía el agua de propiedad en propiedad, por riguroso orden, del que se ocupaba el alcalde agua, y todos apreciaban y respetaban la generosa naturaleza y sus dones. Antes de comenzar la temporada de riegos, los vecinos fijaban un día para comunalmente limpiar las acequias, de modo que no hubiera escapes que menguaran el caudal. Arrancaban malezas, reparaban los posibles derrumbes, y los niños éramos educados en la valía y el respeto al elemento primordial de la vida. Eran riegos por inundación, los cuales los tiempos modernos han ido transformando en goteos más aprovechables, pero eran tiempos en el que a muy tierna edad se aprendía la lección del sistema venoso para el vergel de las huertas y la importancia del agua para la supervivencia.

18 marzo 2011

DOLOR ENMASCARADO

El dolor es la alarma que utiliza el organismo para poner de relieve que algo malo está sucediendo. Con frecuencia sentimos dolor de espalda cuando la postura no es la adecuada, dolor de estómago cuando lo que hemos comido es inapropiado, o dolor generalizado cuando el virus de la gripe se ha adueñado de nosotros y nos provoca esas molestias tan desagradables. En ocasiones, un dolor suplanta a otro cuando se hacen coincidentes en el tiempo, y la consecuencia es que el mayor dolor enmascara al pequeño hasta hacerlo desapercibido.

Estábamos con el dolor de los acontecimientos de Libia cuando se nos ha cruzado en el alma el dolor por el pueblo japonés, cuyas consecuencias aún no se atisban y pudieran resultar muchísimo más catastróficas de lo que hasta ahora ha sido; si no se alcanza a paralizar el desencadenamiento nuclear, las consecuencias pueden ser dantescas. Imbuidos en lo que las imágenes nos ofrecen en directo nos hemos olvidado de la masacre vedada que sigue sucediendo en Libia, allí donde el dolor se nos ha enmascarado.

A diferencia de Japón no se trata de una desgracia natural avivada por las consecuencias desconocidas de una tecnología que no es infalible, sino de la desgracia de los pueblos tantas veces tiránicamente gobernados. Es verdad que todos nos sobrecogemos con el sufrimiento ajeno y hacemos de su dolor un dolor propio, pero las Naciones Unidas están enzarzadas en una discusión bizantina que si galgos o podencos y cada hora que pasa es más irreversible el estado de cosas y mayor la masacre. En este mundo globalizado va siendo hora de que ningún dictador tenga refugio en ningún lugar de la tierra; va siendo hora de que una justicia globalizada ponga orden en el desorden de los pueblos oprimidos.

Estábamos sufriendo por el dolor del pueblo libio, después de unas escaramuzas de liberación que no llegaron a fructificar como en Egipto, cuando un dolor mayor nos enmascaró ese sufrimiento y pusimos la mirada y toda nuestra atención en el lejano oriente, pero el dolor por el presente y futuro inmediato del Libia es una realidad de la que no nos podemos olvidar. Acabo de escuchar en la radio que esta pasada noche los miembros de la ONU, no todos, por fin han llegado al acuerdo de intervenir: ¡Ojalá que no lleguen demasiado tarde!

17 marzo 2011

QUIERO VESTIRME CON PALABRAS TUYAS


Quiero vestirme con palabras tuyas,
usar vocablos que evoquen tu mundo;
no deslindarme tan sólo un segundo
de tu esencia, y que en mis venas fluyas.

Quiero habitarte en tu mismo instante,
vivir tus juegos, morar tu universo:
tu luz, tu sombra, tu cara, tu anverso;
sentirme muy cerca aunque esté distante…

Me acerco al niño que perdí: mi morir
sería dejar de amarte, vida mía,
degustar tu memoria es mi suerte.

Atareado en la faena de vivir,
me afanaré en pensarte cada día
hasta el momento mismo de mi muerte.

16 marzo 2011

LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS


Primero se agitó la tierra
y retembló la vida;
después brincó una gran ola
y el agua derribó lo que aún se sustentaba;
más tarde el fuego fatuo e infame
inflamó y fisionó la super energía;
ahora es el aire el que cabalga
a la grupa de los cuatro jinetes,
cargado de ponzoña, para diezmar
con su guadaña gaseosa
a los alejados del epicentro.

15 marzo 2011

ÉRAMOS CASI NIÑOS


Éramos casi niños cuando se nos enconó
el alma del uno en el otro;
éramos dos torrentes en crecida,
aguas turbulentas que buscaban las riberas
del otro en la que remansarse.
Nos dijimos muchas cosas; intercambiamos
decires, miradas y palabras, muchas palabras
—algunas de tinta—
Dimos paseos asidos de las manos,
nos arropamos en abrazos furtivos
y guardamos las impaciencias
para el tiempo previsto.
Y llegó el momento, y confirmamos las promesas
haciendo presente el futurible soñado.
Rolamos por valles y riscos, por escasez y abundancia,
me hizo un escorzo la salud
y salimos de ello fortalecidos:
yo caminando torpemente, tú,
tú con toda firmeza
haciendo del juramento himno de perseverancia
con el pendón del para siempre.
Han pasado los años. Muchos años.
Volvemos a estar solos, como en aquel
tiempo primero cuando las miradas
esculpían los silencios.
Éramos casi niños cuando tuvimos la dicha
de encontrarnos. Nos dijimos muchas cosas,
mas ahora, a veces, sobran las palabras:
me basta con mirarte y sentirte cerca
tu tacto junto al mío; pues
sigo ardiendo en la calidez de tu mirada.

14 marzo 2011

EDU

Edu era un joven feliz y dicharachero. A sus veintiún años bajaba siempre las escaleras canturreando y saludando a sus vecinos con toda afabilidad. Iba muy bien en los estudios y Marta era para él la quintaesencia de lo soñado. Con su metro ochenta y algo más de cien kilos no podemos decir que fuera obeso, pero sí que tenía un cierto sobrepeso que no le hacía su figura grácil como la de la mayoría de sus compañeros de facultad. No parecía importarle; comía con apetito, estudiaba con ahínco y buscaba todos los retazos de tiempos del reloj para encontrarse con Marta.


Nunca he sabido por qué se rompió el amor, pero Edu no ha podido superar el alejamiento de Marta. Creo, aunque no estoy seguro, que no le dejó por otro, al menos no tengo evidencias de ello. A Edu se le apagó la sonrisa y se volvió taciturno. Enmudecieron sus cánticos y la chispa con la que saludaba al vecindario; ahora procuraba deslizarse entre ellos sin ser notado. Fue al gimnasio para quemar las grasas que le sobraban y lloraba siempre que estaba a solas. Como un par de semanas después de comenzar en el gimnasio fue a casa con un bote enorme de cristal que contenía un preparado energético y una dieta rigurosa escrita en un folio que entregó a su madre con estas palabras: a partir de ahora me ajustaré sólo a esta dieta. ¿Pero hijo…?

No escuchó a su madre. No quería escuchar a nadie, ni siquiera a sí mismo. Una semana más tarde ya no se sentaba con todos a la mesa, para evitar las peroratas de los suyos; dos semanas después ni siquiera seguía la dieta que le impusiera su monitor de gimnasia, apenas un poco de lechuga sin aceite, con un poco de limón o una naranja y su dosis fatídica de aquel bote de cristal del demonio. Su madre quiso llevarle al psicólogo, pero Edu no atendía a razones ni súplicas. Ha bajado alarmantemente de peso, pero sigue obstinado en no comer. Ahora hace cinco días que no ha probado bocado, ni siquiera una naranja. Entre los afiches de su cuarto, una fotografía suya, un 20 por 30  en la que ha dibujado con rotulador indeleble una figura de sílfide, tal vez como el ideal que persigue. No se ha presentado a las cuatrimestrales y dudo que pueda hacerlo en la convocatoria extraordinaria; desde que se alejó Marta de él centra su vida en el gimnasio, en cerrar la boca y pasar todo el tiempo en la cárcel de sí mismo.

13 marzo 2011

CARTAS DE AMOR


Hubo un tiempo en el que tenía una carta manuscrita al día: los lunes dos y el domingo ninguna. Se hizo tan cotidiana la carta diaria como el panuestro y al igual que éste, tampoco podía pasar sin su ritual; solía abrirla rasgando el sobre con un cortaplumas y aspirando el aroma de la personada amada. Entonces aún no recibía cartas del banco y ni siquiera tenía cuenta corriente. Cobraba en metálico, en un sobre color paja con el que de inmediato acudía a pagar a la patrona. Vivía en el entorno de Tirso de Molina, detrás del teatro Calderón, en un ambiente de jóvenes trabajadores y estudiantes al cincuenta por ciento. Tenía el corazón enamorado.

Soñaba. Madrid no era todavía una ciudad enloquecida, sino chispera y entrañable, con mucho de pueblo y todos los acicates de la ciudad: una cartelera interminable de teatros, cines…  aún había sesiones en el Price, donde tuvo ocasión de ver volar a Pinito del Oro y aquellos espectáculos de ópera flamenca y variedades tan del momento. La entrada al museo del Prado, por la puerta de Goya, la avecindada con el Ritz, era casi instantánea. Allí acudía muchos días y se olvidaba del tiempo en sus salas y galerías nutriéndose de colorido, de arte y de historia. Cuando regresaba, encontraba sobre su mesita de noche la carta del día, si bien no perfumada sí con el aroma característico e inconfundible. La abría con mimo, se la llevaba a la cara para olerla profundamente y la leía con delectación. Venía cargada de los besos y abrazos no materializados, mas también de la carga energética para esperar a la siguiente.

Con frecuencia, cuando los turnos de trabajo o el descuido impedían que la respuesta llegara puntual, enfilaba desde Antón Martín la calle Atocha con la mano apretada camino de la estación. Disfrutaba viendo salir los trenes y la música férrea que hacían en el traqueteo de la lenta arrancada. Calculaba las fechas que le faltaban para subir al tren en lugar de la carta. Antes había localizado la vía de salida y el vagón correo y así se cercioraba de que al día siguiente estaría en destino. El papel soporta todas las promesas, todos los idilios y hasta las torpes rimas de los jóvenes enamorados; aquellas eran cartas llenas de promesas y de besos de tinta a falta de arrumacos. Hoy sólo recibe cartas del banco y publicidad, pero aquellas promesas se hicieron firmes y tantos años después sigue igualmente enamorado de su chica, de la única chica de su vida.

12 marzo 2011

INQUIETUD


Hoy tengo el alma inquieta por la ausencia de noticias de mi amiga Akiko Nagakawa, una japonesita dulce y cariñosa, de modales exquisitos. Ojalá Dios la haya protegido y esté a salvo junto a su familia. La conocimos en Sevilla, donde vino a aprender español y compartimos el pan en nuestra mesa. Si esta catástrofe es de magnitud suficiente como para entristecer al más despiadado, la falta de noticias de un ser querido lo sobredimensiona todo.

La conocimos cuando apenas podía deletrear sintagmas; la vimos progresar con la tenacidad de quien tiene los ojos fijos en la meta. Andaba sigilosa, como de puntillas; su risa era franca y no estridente, sus maneras tiernas, muy delicadas. Cada semana se traslucía el progreso en su conversación. Tenaz, muy tenaz. Cuando regresó hablaba nuestro idioma con fluidez. Hace dos años volvió a Sevilla, ahora en funciones de intérprete y gozamos de un encuentro muy feliz.

No pierdo la esperanza, rezo por ti, Akiko, a tu Dios y mi Dios, por tu familia y por todo tu pueblo, para que las réplicas que se aguardan sean sólo un recordatorio infernal sin consecuencias, ya es suficiente con tanta desgracia. Besos.

11 marzo 2011

LONG GROVE HOSPITAL

                                                  

                                A José Gorría Ramos

Había trabajado desde la muy tierna juventud; se le atravesaron los estudios y tuvo que hacer frente a su vida al dejar los pantalones cortos. Primero fue chico de los recados entregando a domicilio los pedidos del pequeño comercio en el que trabajaba, más tarde lo hizo en un gran almacén a escasos metros de la Puerta del Sol. De haber tenido una oportunidad, de haber trabajado como meritorio o  como mozo entre las bambalinas de un teatro, seguro que hubiera sido una estrella de la dramatización, a juzgar por sus grandes dotes interpretativas. Tenía una memoria portentosa y recordaba los diálogos de La Verbena de la Paloma con toda fidelidad; le hubiera gustado ser cantante en la Zarzuela, pero no pasó del coro de la Fundación Caldeiro y de hacer gorgoritos en las tardes festivas familiares.

Ahora estaba en Long Grove Hospital. Epsom era un lugar apacible en el condado de Surrey al que llegó, después de haber sido artillero en Ceuta, buscando mayores horizontes que el dependiente experto en tejidos. Se le había hecho pequeño Madrid; las distancias que recorría a pie entregando mercadería cuando aún no se afeitaba eran excesivas, pero ahora añoraba aquel callejeo mientras se perdía entre the fog, tan espesa como el olor a anatomía de aquellas salas a las que los nativos no querían ni acercarse. Se ensancharon sus perspectivas cuando a poco de comenzar las clases ya se atrevía a establecer diálogo con los internos. Era una vida chata, pero llena de esperanza. Cada semana, además de unas libras, tomaba conciencia de su progreso en el idioma y soñaba. En verdad soñaba siempre y nunca ha dejado de soñar.

Cuando la nostalgia le arrugaba el alma se imaginaba boy del teatro Martín; de hecho solía ensayar pasos de claqué —tan en boga en la época—, admiraba la destreza de Paquito Cano y vivía la mágica presencia de Celia Gámez en el centro de la escena y dirigiéndole con la mirada. Todo su contacto con España era un aparato de radio, además de las cartas frecuentes a sus padres; Radio Exterior era su confidente, el cordón umbilical que le mantenía en España mientras pilotaba la nave de su porvenir. La noche estaba fría, muy fría; la niebla, siempre espesa, le hizo refugiarse bajo el abrigo de las sábanas y conectó la radio mientras llegaba el sueño: cantaba Estrellita Castro Suspiros de España. La noche fue larga, insomne. Se hicieron presentes los paisajes de Ventas, San Emilio, la calle Toledo, Preciados, las playas y el tranvía de Vigo, la niñez en Alcázar de San Juan y Madrid; siempre Madrid y el teatro; siempre el teatro.

10 marzo 2011

ENCENDIDA

(fotografía tomada en Ibiza el domingo 27 de febrero de 2011)


Encendida; con todos sus pétalos
jugando al corro de la patata
y un alegre frenesí de polen
como  lluvia dorada
esparcida por la mano temblorosa
de la brisa al atardecer.

Un coro de arcángeles amarillos
entonaban un motete
de horas juveniles
y se apretujaban antes del ocaso
viviendo la lasitud ociosa
como quien espera tu objetivo
instantáneo, íntimo, intimista
y revelador de lo sencillo.

Era el momento preciso;
la luz del crepúsculo
traía el sobrepeso de la urgencia
ante la vecina opacidad;
entonces, resuelto,
eché mano a mi compacta
e inmortalicé esta corola para ti, Ema,
antes de que le abandonara
el frágil flujo de la vida.

09 marzo 2011

PROTÉGEME

Protégeme del viento en la dársena de tus brazos,
que quiero fondear en ti
mi áncora de almíbar.

Protégeme del frío al abrigo de tu pecho,
allí donde tú te torras
al socaire inclemente.

Protégeme del hambre entre tus senos,
para que el dulce maná
nutra de vida mis anhelos.

Protégeme de la sed con la humedad de tus labios,
hasta ver anegada mi boca
tras la aridez de este añejo deseo.

Protégeme del sol bajo la sombra de tu torso,
que no quiero otra luz
que la luz cegadora de tus ojos.

Protégeme del rocío destemplado del alba,
con arrumacos
y las caricias que emanan de tus dedos.

Protégeme del sueño que me adueña
y ensoñando te sueña,
para siempre jamás tú mi dueña.

Protégeme del miedo al miedo de los celos,
y deja que me oville a tu cintura
y escale por tu espalda hasta el cuello.

Protégeme de cuanto me rodea,
que quiero abrasarme
en la llama ardiente de tu cuerpo.

08 marzo 2011

POÉTICA AL HORNO

 A Katy y María, mis cocineras de cabecera

                

              Póngase el alma a macerar

en el otero de los aconteceres;
-imaginaria sempiterna-
cuando ésta se reblandezca
de gozo o dolor incombustible,
cuando sienta un pellizco de arrebol
o el escozor de un desaire
ajeno como propio,
colóquese con mimo en un molde;
decórese con un ramillete de
expresiones aromáticas y
levadura de compromiso;
salpiméntese con ironía,
descaro, buen humor y
alevosía. Hornéese hasta el límite
de la impaciencia, justo antes
de que se pierda en alocado arrebato.
Déjese enfriar antes de desmoldarla.
Colóquese en una fuente
de hojas cristalinas, a ser posible
-con ciertas dotes caligráficas-
y listo para la mesa.
¡Que cada cual se sirva a su gusto!
¡Buen provecho!

07 marzo 2011

LA PAJA EN EL OJO AJENO

Todavía no es el tiempo, pero ya han dado el pistoletazo de salida a una precampaña de la que sin dudas quedaremos más que ahítos. En un momento de crisis como la actual no se pueden hacer grandes promesas, que las harán aunque no las creeremos, por lo que se han enfrascado en una guerra de acusaciones donde la corrupción es tan general como las posibilidades de cada cual de meter las manos en la caja.

Se critica lo mismo que se esconde bajo la alfombra, cuando se trata de un compañero de partido; se acusa al otro de opacidad y de obstrucción a la justicia al tiempo que no se permite una comisión de investigación parlamentaria; se concede el plácet de candidato a un acusado y se difama al sospechoso de haberse pringado fraudulentamente, ¿no estará cada quien viendo la paja en el ojo ajeno sin apreciar la viga en el propio?


A estas alturas, con la larga retahíla de intencionadas filtraciones de bando y bando, con lo mucho que ya conocemos de las investigaciones en marcha, más vale que todos se metieran la mano en el pecho y sacaran el látigo con el que fustigar a los mercaderes de lo público del templo de sus respectivos partidos, si quieren tener un resquicio de credibilidad ante el electorado. Déjense de insultos al contrincante: la carcoma está en las propias filas. Sanee cada quien su casa y manden ante el juez a los amigos de lo ajeno. Con la cantinela del y tú más no logran el reclamo para llevar al electorado a las urnas, y, en todo caso, tras el recuento, los electos seguirían siendo sospechosos.

06 marzo 2011

LA CARESTÍA DEL PETROLEO


Algunos ingenuos le estarán culpando a Gadafi de la subida espectacular del petróleo en los últimos días. Algún otro inocente se preguntará por qué la Armada norteamericana se dirige hacia Libia como si quisieran repostar crudo sin refinar directamente de los pozos petrolíferos. Otros inexpertos en recursos energéticos se preguntarán por qué los países del primer mundo deciden a hacerle el cerco a Muamar y pasan olímpicamente de tanto tirano montado en la cúpula de la miseria de sus pueblos. ¡Cuánta ignorancia!

Para que lo sepan todos: la carestía del petróleo se debe a que está siendo enriquecido con la sangre derramada por quienes pretenden cambiar el estado de las cosas.

05 marzo 2011

MUTILACIÓN


Aisha, la mujer afgana  mutilada por su marido, no ha perdido la nariz, ha perdido el miedo; ha encontrado la dignidad que le habían arrebatado esclavizándola.

SEVILLA Y LOS MACHADO

A escasos 50 metros de mi casa, el Centro Cultural Santa Clara, antiguo convento de las monjas clarisas que cerró sus puertas el año 1992 cuando sólo quedaban cuatro ancianas monjas y el conjunto monumental en gravísimo estado de conservación. Desconozco el procedimiento, pero todo el conjunto arquitectónico pasó a manos del ayuntamiento y éste lo está restaurando con toda la parsimonia que los abundantes dineros necesarios exigen.


Se acaba de abrir al público parte de este edificio tan monumental como Centro Cultural, y han tenido el acierto de hacerlo rindiendo homenaje a la dinastía de los Machado con una exposición a la altura de las circunstancias. Como se explica en el folleto de mano, “con esta exposición se establece la necesaria justicia que la ciudad debe a figuras señaladas en el desarrollo de su historia reciente”.

El primer antepasado fue Félix Machado da Silva Castro e Vasconcelos, primer marqués de Montebelo o Montevelo, noble portugués del siglo XVII, casado con una aristócrata española. Antonio Machado Núñez, abuelo paterno de los poetas, fue profesor y rector de la Universidad de Sevilla. Su hijo, Antonio Machado Álvarez, Demófilo, destacó por sus conocimientos y recopilación de los cantes flamencos tradicionales; fue también profesor de la Universidad de Sevilla, articulista, juez del barrio de San Vicente y administrador de la Casa de Alba, en cuyo palacio de Dueñas nació su hijo Antonio.


Manuel Machado fue el mayor de los seis hijos habidos del matrimonio de Demófilo y Ana Ruiz. Poeta injustamente desvalorizado en el presente, pero de una hondura que el paso del tiempo tendrá que restituirle al lugar que su obra merece. Antonio, el poeta por excelencia de la familia y de la Generación del 98, nació en las dependencias del palacio de Dueñas, cuyo hecho quedó reflejado en su obra como recuerdo de un patio y un limonero, a quien le sobrevino la muerte en el exilio.



Los otros hermanos, José (pintor ilustrador de la obra de sus hermanos Manuel y Antonio), Joaquín (con destacados trabajos periodísticos), Francisco (joven poeta truncado por la guerra) y Cipriana, quien murió a los 14 años. La huella de los Machado está presente en la ciudad de Sevilla con rótulos en sus calles y placas conmemorativas en diversos lugares.



04 marzo 2011

SOSTENIDO

En la linde de tu sonrisa
anidan mis lágrimas.

Cuando el sobresalto desnudo
de la distancia viste de harapos,
sólo tu nombre en mis labios
ampara el desmayo de mi noche,
y la vigilia hace guardia
reordenando la memoria.