31 octubre 2009

LO SUCINTO

Me quedo con lo sucinto:
nada de alharacas,
ni haciendas,
ni grandes gestos,
ni exuberantes ornamentos,
ni amistades de feria,
ni grandes promesas,
ni incrementos patrimoniales.
Sólo no ser solo,
sólo no estar solo:
me basta una sonrisa, un guiño,
un atardecer dorado,
una mañana lluviosa,
el aroma a pan recién horneado,
pisar la hierba fresca,
el eco impreciso del viento en el pinar,
perderme en las páginas de un libro;
despertar en ti, lector,
la curiosidad, tal vez, adormecida:
nada más, nada menos.

29 octubre 2009

VIAJE ALREDEDOR DEL CUARTO DE ESTAR

Mi muy querido amigo Marcial me recuerda aquella colección de viajes virtuales que fui publicando en los años ochenta, bajo el título de Viaje alrededor del cuarto de estar. En realidad tenía muy poco que ver con el cuasi homónimo del francés Xavier de Maistre, Voyage autour de ma chambre, libro escrito en 1794, en el que cuenta de forma autobiográfica cómo un joven oficial, obligado a permanecer confinado en su habitación durante cuarenta y dos días, describe sus pensamientos, costumbres, muebles, grabados, etc., como si viajara por un país extraño.

Mis escritos fueron una serie de relatos de viajes virtuales, por los más diversos países, escritos en una pequeña habitación a la que en casa conocíamos como el cuarto de estar. La virtud de los mismos -si es que alguna tienen-, no era otra que la verosimilitud de cada una de las descripciones, elaborada sobre mapas y guías turísticas de cada uno de los lugares. Los horarios de los aviones, los nombres de los hoteles, los museos visitados, las comidas disfrutadas, los teatros, etc., todo lo descrito se ajustaba con precisión minimalista a la fiel realidad. De ahí que cierto día, al encontrarnos de forma fortuita, me dijera el bueno de Gutiérrez: “¡Me alegro de verte, Espada! ¿Sabes que he estado en Túnez y te he recordado continuamente? Nos hemos hospedado en el mismo hotel y hemos seguido la misma ruta que tú hiciste; ha sido un viaje maravilloso”. Creo que es el elogio más grande que mis letras han recibido jamás.

Para hacerme con el material imprescindible para poder describir lo que mis ojos nunca vieron, escribía primero a las embajadas solicitando información lo más detallada posible: mapas, callejeros, guías turísticas, información sobre futuros eventos… De la mayor parte de ellas recibía una documentación más bien escasa, pero siempre contenían las direcciones de las oficinas de turismos de su país e incluso de sus departamentos o comarcas; entonces escribía de nuevo al lugar de mi interés y me proporcionaban la información apetecida con mayor detalle; aunque habían transcurrido varias semanas. Todo esto lo complementaba con el horario en vigor de los aviones que fuera a utilizar. Frente a la inmediatez y la abundancia casi inagotable de datos hoy día en Internet, era un procedimiento muy lento, pobre y rudimentario, mas lo suficiente como para viajar por el ancho mundo a capricho y sin coste alguno: está visto que mis viajes han sido y siguen siendo virtuales; en ocasiones lo impedían el trabajo, otras los medios y ahora las limitaciones físicas.

Aunque le tengo un aprecio especial a esta serie de relatos, lo cierto es que sólo guardo el dedicado a Finlandia, el cual apareció traspapelado en una de las mudanzas. Hoy sería más fácil el acopio de datos para imaginar el viaje soñado, pero como siempre, lo complejo tiene un plus que lo revaloriza.

27 octubre 2009

Tolerancia

Me invita mi amigo Joaquín a que hable de la tolerancia. En el DRAE se define tolerancia, en su segunda acepción, como: “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Lo cierto es que muchas veces el diccionario es algo parco en las definiciones y no siempre nos muestra todas las angulosidades que un término pueden llegar a simbolizar.

El significado clásico ha sido «permitir el mal sin aprobarlo». ¿Permitir el mal? ¿No nos llevará esa permisividad a tolerar los efectos colaterales del belicismo y otras atrocidades contra los seres humanos en nombre de vaya usted a saber qué oscuros intereses?

Muchas personas suelen alardear de tolerantes y justamente a estas son las que, si no me equivoco, pretende mi amigo que le hinque el diente. Si entendemos la tolerancia como la predisposición a aceptar de los demás una manera de ser y sentir distinta de la propia, una conducta que puede incluso zaherir los intereses del tolerante, habremos de estar de acuerdo de que se trata de un ser extraordinario, un verdadero virtuoso. Pero el más grande virtuoso nacido de mujer, Jesucristo, -a pesar de su condición de Hijo de Dios- cuando llegó al templo y observó en lo que lo habían convertido los mercaderes, los echó a punta de látigo diciendo: “No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2, 16).

Se dice que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar. Cuando se defiende una doctrina, una ley, una costumbre, ésta lleva consigo casi ineludiblemente no tolerar su incumplimiento. Pero también sabemos que una ley como la del Talión está afortunadamente superada por buena parte de la humanidad; en consecuencia, lo que en cierto momento es legal puede que no sea justo en otro instante. ¿Cuál es el mal con el que debe transigir la tolerancia? Considero que sólo debiera ser tolerado el mal cuando creamos que impedirlo provocará un mal mayor o que vendrá a impedir un bien muy superior.

Uno puede ser muy alto o muy bajo, muy gordo o muy flaco, pero no se puede ser muy tolerante, sino tolerante o intolerante. La tolerancia ejercida está en función del grado de conocimiento que tengamos de nuestra propia realidad, de nuestras imperfecciones, de nuestros deseos de ser comprendidos y comprender; de aceptar que podemos estar equivocados, que necesitamos amar y ser amados.

Don Quijote, entre los consejos que dio a Sancho antes de que fuese a gobernar la ínsula,(cap. XLII, 2ª parte) le dice entre otras cosas: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. Por eso, basándome en la virtud de compadecer las miserias ajenas –hay que perdonar si queremos ser perdonados- quiero ser tolerante con quienes dicen que son muy tolerantes, pero me reservo hasta darles ocasión de ver dónde les aprieta el zapato.

26 octubre 2009

No juzgues y no serás juzgado.

Haces días me sugirió un amigo de hacer mi propio blog, seguramente que su indicación tenía mucho que ver con una sana terapia y sus buenos deseos para conmigo. Confieso que ya había rondado por mi cabeza la idea de poner mis pensamientos y ensueños por escrito haciendo uso de los medios que la tecnología pone hoy a nuestro alcance. Le prometí que lo haría, pero me he tomado un tiempo de reflexión y ahora creo que la idea está madura: no me refiero al qué, sino al cómo.

¿De qué hablar? De lo que se tercie, de lo que traiga cada día y sus afanes, pero eso sí, con el sosiego y la equidistancia que mis muchas limitaciones me permitan. A estas alturas de la vida ya he aprendido a enfadarme y a sosegarme, a incendiarme y a tranquilizarme, a dejarme arrastrar por el ímpetu y a serenarme ante la imposibilidad de manejar los hilos de la urdimbre. En definitiva, “somos ríos que van a dar a la mar”, y ahora soy curso de muchos meandros y aguas remansadas.

He aprendido que casi siempre que he juzgado, los días han venido a quitarme la razón. He aprendido que el juicio me arrastra a la pedantería y a creerme el centro mismo de mi nada, que una cosa es manifestar mi punto de vista y otra muy distinta es modelar al otro con mi propio barro. Por eso, a modo de manifiesto, me propongo exponer sin agredir, aceptar las opiniones discordantes, no tratar de imponer a nadie mi punto de vista, acatar como saludable la diversidad de criterios; ni desenterrar, ni encubrir; tratar como me gustaría ser tratado.

Este es mi discurrir por el tiempo pretérito; no tienes por qué imitarme, puedes disentir, pero en mi opinión, después de tantas caídas y levantadas, este es el camino recto, el único que nos aleja de las miserias.